martes, 17 de marzo de 2015

De las virtudes de Stromovka


¿Puede el ser humano alcanzar la felicidad?
Esa es una de las interrogantes más difíciles de resolver, puesto que ni siquiera existe una escala para medir la misma. Sin embargo, existen sin duda momentos que habrán de quedar guardados en nuestra mente justo porque hemos creído alcanzar ese espacio inalcanzable. No quisiera hacer de este blog solo un lugar de comentarios y descripciones personales, aunque por otro lado hay fechas que así lo demandan. 

Así pues, continuando con la historia, hace ya un año justo que solía tomar como entretenimiento el deporte en Stromovka, paisajes así son difíciles de negar a recorrerlos. Más aun, considerando lo difícil que era estar allá  y todo lo que hubo que pasar, la situación no era para menos la alegría que solía acompañarme. Incluso iniciaba la primavera, no dejando dudas del porqué esa era la residencia de verano del rey y el parque de la alta sociedad en el siglo XIX. 

No obstante si algo habrá de disfrutar por ese entonces era sin duda la compañía que tenía al lado, aquella que a pesar de llevar solo un mes, bastaba para estar íntegro en todos los sentidos, yo mismo me siento asombrado por la velocidad con la que todo se había desarrollado, a veces olvidaba que no sería un estado eterno, sino que tan efímero como el paso de ese invierno, todo terminaría en un par de meses más. El solo oír el teléfono y escucharla se había convertido en lo más agradable del día, ¿que más se podría pedir al benevolente Sol en ese entonces?

Viena había jugado su efecto también, aquella ciudad que no deja de mostrar la belleza de sus épocas imperiales, un invierno y experiencias increíbles seguían frescas. Quedaba claro pues, no había nada que esperar, bastó una limonada en Stromovka, en aquél día que habré de describir como el mejor que hasta ahora haya vivido para saber que el momento era el oportuno, al día siguiente el Quijote debía partir en la búsqueda definitiva de Dulcinea, el príncipe Myshkin no habría de desistir a pesar de las contrariedades de Anastacia, la Malá Strana de Neruda y los bosques vecinos mostraban aquel deleite que habrá de postergarse por los siglos.